Los enormes bosques submarinos de macroalgas de las costas latinoamericanas cumplen una función clave en el ecosistema y son fuente de importantes recursos. Hoy están amenazados por el cambio climático y la extracción.
A lo largo de miles de kilómetros de costa, el mar esconde un tesoro natural: los bosques de algas gigantes. “Son ecosistemas muy relevantes. Están ligados a costas templadas a frías y son tan importantes como en las latitudes ecuatoriales son los corales”, dice a DW la geógrafa chilena Alejandra Mora.
Utilizando imágenes satelitales y drones, la investigadora post doctoral del departamento de Geografía de la Universidad de Victoria, Canadá, creó el primer mapa de macroalgas del mundo. Allí se observa la prevalencia de estas plantas en sectores costeros de aguas templadas a frías y alrededor de las costas rocosas. “Son estructuras tridimensionales en que todo el bosque genera refugio para muchas especies que logran vivir ahí toda o parte de su vida”, señala Mora.
El huiro o kelp gigante (Macrocystis pyrifera), un tipo de alga parda, se encuentra en el sur de Australia, en algunas partes de Tasmania, en Baja California, México, hasta Alaska, en América del Sur, como también en Sudáfrica y las islas subantárticas. “Solamente en la Patagonia chilena hay 5.600 kilómetros cuadrados de bosques de huiro o kelp gigante”, destaca Mauricio Palacios, investigador asociado de la Fundación Rewilding Chile, en diálogo con DW.
“Las macroalgas son organismos muy grandes. El huiro es probablemente el organismo marino más grande. Puede tener hasta 70 metros, es un gigante. En la mayoría de los sistemas costeros, son la base que sustenta la productividad. Ofrece hábitat, alimento y muchos de los procesos químicos que allí ocurren giran en torno a las algas”, indica a DW Iván Gómez, director del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) de la Universidad Austral de Chile (UACh).
En general viven a unos 30 o 40 metros de la zona costera y son ecosistemas muy productivos. “Absorben mucho carbono atmosférico y lo convierten en tejido, y en lugares con oleaje constante se están renovando todo el tiempo. Crecen muchísimo más rápido que muchas plantas terrestres”, añade Mora.
Estos sistemas acogen una amplia diversidad: gran variedad de moluscos y peces, delfines, nutrias y lobos de mar, así como también atraen a aves que encuentran alimento y defecan el guano que a su vez es nutriente para las algas.
Hábitat productivo
Su distribución, uso y conservación varían entre los países latinoamericanos. “El 40% de los bosques de huiro o kelp gigante del planeta están en el hemisferio sur, particularmente en la Patagonia chilena y argentina. En la parte chilena se concentra el 33%”, afirma Palacios.
“Más del 70% de las pesquerías a nivel global dependen del bienestar de estos ecosistemas de algas”, subraya Palacios, también colaborador de IDEAL. Constituyen ecosistemas fundamentales para la pesca, pues son el hogar de numerosas especies. Pero también las algas son extraídas para el consumo y “son fuente de sustancias químicas, antioxidantes, vitaminas y principalmente gelificantes para la industria alimentaria y farmacéutica. Están en muchos productos que consumimos en el día a día”, comenta Gómez.
Son una alternativa a los geles de origen animal e incluso sirven para fabricar cuero sintético. En sectores del Caribe y Brasil, donde son menos abundantes debido al clima, o en Chile, como respuesta al colapso de poblaciones naturales, se han desarrollado cultivos.
“Chile es el mayor productor de una especie de la que se saca agar y también un gran productor de materia prima basada en algas pardas. Los grandes kelp que están sobre todo en la costa norte son fuertemente explotados y exportados. Hay una crisis de conservación”, advierte el director de IDEAL.
Se trata también de un problema social, pues estas algas son el sustento de comunidades vulnerables de esa zona. Gómez reconoce que “es un problema complejo y de gravedad, ya que están desapareciendo muchísimos bosques de algas, que además son muy vulnerables a los efectos de fenómenos climáticos como el Niño y olas de calor”.
En una amplia zona del sur del país, en tanto, la veda impide la extracción, lo que ha sido impulsado por los propios pescadores artesanales, pues estos bosques son el hábitat de varias especies, como la centolla, un apreciado tipo de crustáceo de gran tamaño. “Los pescadores saben que si no hay huiros no hay centolla. Esa conciencia se ha traspasado hacia las políticas públicas”, indica el investigador del Instituto de Ciencias Marinas y Limnológicas de la UACh.
Bosques amenazados
“A nivel global, la tasa de pérdida de este tipo de bosque está alrededor de 1,8% al 2% por año”, alerta Palacios. Las zonas de mayor temperatura son las más afectadas: México ha perdido más del 50% de sus bosques de kelp.
El investigador apunta a la extracción ilegal, la insuficiente fiscalización en áreas protegidas, el efecto del aumento de las temperaturas y los eventuales impactos de la industria salmonera en el sur de Chile.
“Mientras en otros lugares del mundo la desaparición de los bosques de algas está muy asociada al calentamiento global y se hacen muchos esfuerzos por repoblar, incluyendo importantes inversiones en modificaciones genéticas y experimentos de repoblamiento, porque sería una catástrofe ambiental si desaparecieran estos bosques, en Chile y en Perú se sacan así simplemente, sin ver el impacto que se genera”, lamenta Mora.
Al respecto, en una carta publicada en la prestigiosa revista científica Science, más de 230 científicos de 18 países alertan sobre la importancia de aumentar la protección efectiva de los bosques de huiros en las políticas ambientales de América Latina. La misiva, de la que Palacios es coautor, surgió del encuentro de mapeadores de macroalgas de todo el mundo que se realizó en Punta Arenas, Chile, y llama a aumentar las áreas protegidas como herramienta para conservar la biodiversidad y la resiliencia climática.
Estas algas pueden ser, a su vez, un aporte en la lucha contra la crisis climática. Gómez observa que “recientemente, las macroalgas han aparecido en el radar del cambio climático como organismos que podrían ayudar a mitigar los efectos de las emisiones de CO2, pues en algunas áreas ocupan grandes extensiones y son capaces de tomar del ambiente mucho CO2″.
Desde distintos frentes, se busca avanzar en la conservación. A ello se suman investigaciones de universidades e instituciones científicas, así como el trabajo de organizaciones como la Fundación por el Mar, en Argentina, y la Fundación Más Kelp, en México, en educación y concientización para promover la protección efectiva de estos bosques.
Fuente : Semana